martes, 10 de diciembre de 2013

HIJOS ADOPTADOS, RETOS Y ALEGRÍAS

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José Sánchez Zariñana nos ofrece una en­trevista con Karla Mendoza. Karla está ca­sada y tiene 4 hijos adoptivos. Ella com­parte con agrado la experiencia gozosa de haber tenido la oportunidad de adoptar y educar a estos hijos: Esta experiencia, más que una carga difícil y prolongada, ha sido vivida tanto por la pareja como por los hi­jos, como un privilegio y una nueva opor­tunidad de vida que se ofrece, por una parte, a los padres después de varios in­tentos fallidos de tener bebés naturales y, por otra parte; a los niños luego de haber pasado por circunstancias familiares ini­ciales muy difíciles.
1. ¿Cómo fue que decidieron adoptar a cada uno de los hijos?
Lo decidimos mi marido y yo, después de pasar por un largo proceso. Primero yo tuve proble­mas de infertilidad. Después de cada aborto íba­mos confirmando que el camino a seguir era la adopción.
Realmente no fue difícil tomar esa decisión, porque aún antes de casarnos teníamos contem­plado tener hijos adoptivos para conformar la familia. Esperamos 5 años antes de tomar esta decisión de adoptar. Recurrimos a una institu­ción, que nos ayudó a conformar nuestra familia según nuestros deseos.
El trato con la institución fue muy agradable. También fue tiempo de espera, desde antes de tener hijos biológicos. Sentía que Dios me es­taba preparando para ser mejor mamá. Aún cuando llegamos a la institución, no fue fácil re­cibir a la primera hija, tardamos en recibirla. Nos dijimos a nosotros mismos: “No está lista para que la podamos recibir”.
2. ¿Adoptaron a los hijos en la misma institu­ción, o buscaron en distintas instituciones? ¿A qué edad los adoptaron? ¿Tuvieron dificultades para ello?
Todos son de la misma institución. Eso lo con­sideramos de mucho valor, porque así todos parten de una misma historia, con los mismos antecedentes.
Todos nuestros hijos llegaron después del año, tiempo que tardan desde que los reciben en la institución hasta que quedan liberados legal­mente. La institución ve que haya una buena correspondencia entre los hijos que serán adop­tados y los padres adoptivos.
3. ¿Tienen los niños derecho a conocer a sus pa­dres biológicos?
Conocer a los padres biológicos va a ser posible en la medida en que tengan la edad suficiente, y si tienen en la institución esta información, lo cual tampoco se sabe. Es un misterio para todos, tanto para ellos como para nosotros. Y aun cuando lo quisieran saber, no sabemos aún si existen estos documentos. Por el momento des­conocemos esta información.
Los niños son recibidos a distintas edades por la institución. Eso fluctúa desde los recién naci­dos hasta aquellos niños que llegan a la institu­ción en caso de pérdida de patria potestad por parte de los padres. El niño crece, y mientras más crece, más se dificulta la adopción, ya que el ideal de muchos papás es tener niños chiquitos.
En nuestro caso, ha estado muy bien el que los hayamos recibido después de aproximada­mente un año, todos vivieron circunstancias si­milares y forman parte de una misma historia.
4. ¿Qué edad tienen ahora los niños? ¿La insti­tución puso obstáculos para que ustedes adop­taran más niños? ¿Hay algún límite de número para adoptar niños?
No hay ningún límite: todos somos libres de adoptar los niños que queremos. Sin embargo, somos privilegiados por tener este número de niños, porque quienes están con la responsabili­dad de asignar niños creen en nosotros, en nues­tro proyecto de familia y han visto cómo han ido evolucionando. Es mucha la demanda y po­cos los niños.
Hay todavía muchos niños que no están li­berados jurídicamente. Esto es, que todavía los niños están en medio de un conflicto legal en cuanto a la tutoría de los padres, o por el hecho de ser niños expósitos (abandonados).
Los papás recibimos a los niños ya cuando están liberados, pero hay que realizar otros trá­mites para registrarlos, que duran como un año, para que tengan el nombre de la familia.
5. Tu caso puede revelar muchos aspectos de la realidad de la adopción. Cada uno de tus cuatro hijos tiene su historia y reacciona diferente frente a la adopción. ¿Saben ellos que son adop­tados? ¿Cómo han reaccionado?
Todos lo saben, siempre han tenido conciencia de ello. Saben que son adoptivos, y además por­que el primero vio al segundo, el segundo al tercero y así sucesivamente. Es una realidad na­tural en ellos.
No veo necesidad de ocultar la verdad, cuando es algo ya sabido. Además, es un privilegio que ostentan ellos, al igual que nosotros como papás. Ser papás e hijos adoptivos lo consideramos siempre como una oportunidad nueva de vida, son coincidencias en el destino.
De alguna manera ha sido un camino dis­tinto para todos, tanto para cada uno de los ni­ños como para nosotros como pareja.
6. Por lo que veo, tanto para ustedes como para ellos es una gran bendición que estén juntos. No sé si para todos los hijos sea igual la situa­ción. ¿Esto tiene que ver con la bondad de la adopción (trámites administrativos favorables para un proceso tranquilo) En esto, ¿ha interve­nido el manejo que han hecho ustedes, en el sentido de que para ellos es una oportunidad nueva de vida, después de un nacimiento y unos primeros meses difíciles? ¿Cómo han ma­nejado esta situación con los niños?
Como mamá, soy la mamá auténtica, verdadera. Porque el amor que hoy les damos es el amor verdadero y real que tienen. Lo demás (quiénes fueron sus papás, dónde están, por qué los aban­donaron) pueden ser fantasías, suposiciones. Esto lo dejamos en un misterio, porque ni siquiera yo lo conozco, ni ellos tampoco. Lo real es lo que se vive día con día: tienen su hogar, su es­cuela, sus clases particulares.
El trabajo es estar alerta a cada uno de sus ta­lentos y enfocarlos hacia el desarrollo de los mismos. A uno le gusta escalar, a otro le gusta la cocina, a otro la natación, etcétera. Eso es lo real y lo verdadero, y el amor auténtico que sienten es mi amor de mamá y el amor de su papá ac­tual. Lo demás no es real. Porque, ¿dónde está? ¿Qué existe fuera de esto? No existe, a mi modo de ver, más que lo que tienen enfrente, lo que palpan y sienten.
7. ¿Qué edad tienen los niños? ¿Han pregun­tado por sus papás biológicos? ¿Quieren cono­cerlos?
En este momento tienen nueve, ocho, seis y tres años. Hacen preguntas, porque mis hijos son so­bresalientes, su nivel de maduración es mayor que el de otros niños. Desde pequeños han he­cho preguntas como si tuvieran una edad más avanzada. A las preguntas que van haciendo les vamos contestando.
Lo que buscan a través de las preguntas es la confirmación de que son queridos, amados y protegidos en el hogar donde fueron recibidos, y no sentir la vulnerabilidad a la que estuvieron sujetos antes de llegar a este hogar.
8. Hay un misterio en relación al nacimiento de los niños, especialmente en los primeros años. Uno se pregunta si los traumas que sufrieron al haber sido abandonados fueron tan graves que, a la hora en que los recogen los papás adopti­vos, por más esfuerzos que hagan, estarán tan condicionados por su pasado y por el rechazo, que habrá cosas que no podrán superar. ¿Uste­des han percibido estas supuestas secuelas? Si es así, ¿creen ustedes que son salvables a través del amor y del cariño que les dan?
Voy a precisar el término “recoger”, porque lo que hicimos por ellos no fue recogerlos. To­mamos la decisión de adoptar con plena liber­tad. Hemos decidido ser fértiles, dar vida a tra­vés de este camino, y de esta manera los hijos “llegan” y son recibidos en nuestra casa. No los recogimos, porque recoger, a mi modo de ver, es un concepto despectivo. Los hijos llegaron a nosotros.
Secuelas desde la infancia, las tenemos todos. Cada uno de nosotros va teniendo diferentes heridas, y al paso del tiempo uno trata de sanar­las.
Cuando empiezas a tomar la decisión de adoptar, surgen miedos, por supuesto. Pero el miedo principal es el miedo al futuro. Todos te­nemos miedo al futuro, a la falta de control sobre el mismo. Al no saber los antecedentes de las familias de los niños, uno puede fantasear en que pudieran tener tendencias a cometer atroci­dades, a caer en el alcoholismo, en la drogadic­ción, o a vivir situaciones trágicas. Volvemos a lo mismo: esto no lo voy a saber. ¿Para qué vivir del supuesto?
Mi marido y yo apostamos muchísimo a que la educación, con amor, va componiendo todo. Además, el ambiente en el que se desarrollan es ajeno a lo que es susceptible de causar drogadic­ción, alcoholismo, vandalismo, o tantas cosas que de alguna forma pueden ser mitos, imagi­naciones de la gente producto del miedo.
Pero cuando el amor supera al miedo, no le veo tanta complicación si hay secuelas en los ni­ños (que, en realidad, no las veo en los míos). Si hay, pues las iremos trabajando a su tiempo. Si en este momento tienen dudas, vamos tratando de contestarlas dentro de nuestras limitaciones. Y como nosotros trabajamos nuestros procesos individuales, vamos construyendo la familia día con día.
No nos estancamos en el miedo de lo que pueda pasar. Si se presenta algo, trataremos de remediarlo. Yo estoy tratando de sanar muchas cosas ahora, cuando descubro que yo creía que venía de una familia feliz y contenta. Ahora me voy dando cuenta de que tuve ciertos altibajos en ella.
Todos somos susceptibles de curación. Así es que no importa qué tanto padeciste antes, si después todo lo puedes acomodar, si así lo quieres. Creemos que con el ejemplo, más que con las palabras, se les puede ayudar. Aunque sea una expresión trillada, vivirlo es lo difícil.
9. Para la atención de tus hijos, has tenido difi­cultades, como cualquier madre. ¿Cuáles son las principales dificultades que has tenido? ¿Encuentras en ellos elementos comunes que tengan que ver con su situación de hijos adopti­vos? ¿Has tenido una cierta preparación para poder educar a tus hijos (psicólogos, sacerdo­tes, instituciones, terapias)?
En lo absoluto. A nosotros no nos ha gustado pertenecer a ningún club de padres con hijos adoptivos. Hay este tipo de clubes pero, por convicción plena, no creemos que sea lo más conveniente. Porque no somos ajenos ni dife­rentes al común de la gente y no tenemos por qué segmentarnos en ser papás adoptivos que tienen hijos adoptivos. La vida es comunitaria y no pensamos que tengan que crecer con este es­tigma.
La adopción no es una sombra que nos per­sigue, ni a ellos ni a nosotros. La vida continúa, y el que haya clubes, asociaciones y pláticas para papás adoptivos me parece que no es prudente, porque la educación de este tipo de niños ha de ser totalmente regular, normal como con cual­quier otro niño. Tal vez en donde necesitarían alguna asesoría sería: ¿en qué momento revelar­les la verdad?
A esto respondo que no hay ningún mo­mento específico para la revelación de la verdad. La verdad es lo que se vive día con día. Yo reco­mendaría que entendiéramos que tenemos una doble responsabilidad al tener hijos adoptivos.
Una tiene que ver con la misma paternidad y con la asunción de la responsabilidad de los hijos; la otra consiste en traerlos desde una si­tuación precaria a una situación de dignidad, donde se les pueda garantizar una situación de vida plena. Ésa es la doble responsabilidad para darles vida. Si ves que en un principio fueron niños abandonados, el reto está en revertir  esa situación y que vean más allá del dolor. Es reco­nocer que hubo abandono, que causa dolor. No se justifica, porque puede haber distintas solu­ciones. Pero es comprender que la vida es más allá que el dolor.
El ser adoptivos, insisto, es un privilegio y es un valor que se vive, y no es como una diferen­cia negativa ante el común de los niños con los que conviven. Es un atributo de verdad especial, porque los niños se sienten privilegiados en esta doble oportunidad de vida.
10. ¿Cómo les han revelado ustedes mismos la verdad?
Los niños, aunque estén pequeños, tienen ya un grado de conciencia de ser adoptivos. A mi chi­quita, por ejemplo, le leía cuentos donde, indi­rectamente, venía el significado de la adopción. Al saberse adoptados, van viviendo de manera más transparente el proceso. Y cuando hay otros niños similares en la familia, pues sienten que no existe ninguna diferencia. Al contrario: cuan­do lo saben, su reacción es de alegría.
No es tan fácil explicarlo: es más bien algo vivido. Para nosotros, adoptar es hacer algo o al­guien tuyo, es apropiártelo. Estos niños no son diferentes: son seres humanos, parte de la misma comunidad, y merecen, como cualquier otro, respeto y dignidad. Yo digo que ellos son privi­legiados. Esta palabra me gusta, porque se aco­moda a nuestro modo de sentir, y para ellos también es importante, porque da mucha vali­dez a su persona. Mi esposo y yo éramos muy celosos de guardar este secreto de familia, de que se supiera que eran hijos adoptivos. Ellos sí lo saben, pero no queríamos que otros lo supie­ran, porque en la sociedad todavía hay muchos tabúes. “Si es inteligente, es porque es adop­tivo”. “¿Es sobresaliente? Será porque es adop­tivo”. Si sobresale o no sobresale, si se enferma o está sano, si saca buenas o malas calificaciones o si tiene mal comportamiento, si falla o acierta, de cualquier manera todo se achaca al hecho de ser hijo adoptivo.
Eso a nosotros no nos gusta, y no quisimos que crecieran con esta situación. Les decíamos que era un secreto de familia, un tesoro de mu­cho amor, y que sólo se lo dijeran a las personas en quienes confiaran. Era una condición íntima, de lo más profundo de su ser. Esto lo hicimos para evitar que fueran segregados, despreciados, que usaran su información para causarles dolor. Es obvio, como papás no queríamos que suce­diera. Sin embargo, para nuestra mayor sorpresa, ellos sí lo dicen. Lo dicen a sus amiguitos de la escuela, a su maestra. Lo dicen para confirmarse que son iguales a los otros.
Aunque nosotros hayamos dicho eso, ¿qué pueden saber ellos de las personas en quienes pueden confiar? Hoy son amigos de una súper-amiga, y en diez días ya son amigos de otra sú­per-amiga. De pronto uno juzga con conceptos de adulto; pero la niñita de 6 años le tiene con­fianza a la amiga de su año escolar.
11. Sabemos que los papás de repente tienen la tendencia a buscar a niños que se parezcan a ellos, de modo que no se origine la crisis de que los hijos no se parecen a los papás. ¿Cómo han manejado ustedes esto?
Como un proceso natural de la maternidad y de la paternidad, es válido querer que los hijos se parezcan a uno, con esto de la imagen y seme­janza, y que sea tan inteligente, tan fuerte como yo, o que tenga el mismo color de piel o los mismos ojos. Pero después eso pasa a segundo plano. Porque el amor se pone antes que el as­pecto físico de querer que se parezcan a uno. Cuando llega el niño a la casa, al paso del tiempo empieza a tomar rasgos, posturas, actitudes, ex­presiones de los papás.
Porque va habiendo una aceptación, una in­tegración que se va dando con el tiempo entre el hijo, la pareja y la familia.
Los hijos también adoptan a sus papás, los hacen suyos. Nos pasó un hecho curioso que puede resultar revelador. Una hija mía, la chi­quita, llegó siendo muy blanca de su piel. Venía de estar en ambientes cerrados y con poco con­tacto con el sol. Obviamente, con nosotros vivió un estilo de vida distinto, más al aire libre y más abierto. Cuando empezó al entrar en contacto con el sol, reafirmó su color, que es moreno. Empezó a crecer, y yo, al pasar los meses, la pro­tegía mucho del sol para que no se le viera el color de la piel (porque mi marido y yo somos muy blancos). Cuando se presentó la ocasión de que tomara clases de natación en una alberca descubierta, yo le dije a mi marido que no me gustaba la idea, porque estaría más expuesta al sol. En esa vez, mi marido me dijo que no se le íbamos a impedir ninguna actividad sólo para que no mostrara su piel morena. En el fondo, sí me preocupaba en cierto aspecto su color. Mi marido me dijo: “A1 contrario: ver eso como una diferencia en el ambiente en que se desa­rrollaba iba a ser, más que una debilidad, una fortaleza para ella”. Desde el momento que dijo “fortaleza para ella”, me gustó ese concepto de valor. Y ahora esta chiquita se desarrolla plena­mente con cualquier color de piel y ostentando la suya con mucha dignidad. No hay que buscar otro color.
Otro hijito, cuando llegó a nosotros, estaba bien gordito. Ya caminaba, pero su piel estaba hecha bolita, porque a su piel le faltaba más mo­vimiento para que extendieran sus dedos. Le faltaba motivación para caminar más. Le encan­taba comer tostadas y galletas. Cuando llegó a la casa, empezó a suplir las galletas y el pan por el amor y los abrazos que le proporcionábamos en la casa. Empezó a caminar más, a correr más, por seguir el ritmo de sus hermanas en casa. Tuvo que hacer este esfuerzo para participar por igual en la actividad diaria de todos. Por necesidad, empezó a moverse. Ahora ya no es obeso, es ac­tivo y su cuerpo está muy bonito. Es fornido, se ve fuerte. Nada comparado con el cuerpo que tenía de chiquito. Y no porque lo haya visto así de chiquito lo íbamos a discriminar, al contra­rio, era un osito totalmente abrazable. Pero no por ello íbamos a seguir nosotros ese patrón.
Tenía que seguir la rutina y actividad de la casa. Uno como papá va tomando las decisiones por ellos y va poniendo el ritmo de vida que uno quiere para ellos.
12. Me da la impresión de que un hijo adoptivo se siente más a gusto cuando tiene otros her­manos que son adoptivos a que si estuviera solo.
Definitivamente: en comunidad todos nos sen­timos mejor. Tanto un hijo biológico único como un hijo adoptivo único se aíslan de otras experiencias de vida compartida con otros com­pañeros. Los niños ganan mucho cuando otros niños están presentes, porque comparten, plati­can entre ellos mismos sus fantasías, misterios y secretos. Como papás no podemos saber todo lo que pasa entre ellos; platican y crecen juntos. Cuando tiene uno un hijo, uno puede decir: “Ya corrí con la ‘buena suerte’ de que está sano. Lo veo normal y no quiero correr el riesgo de un segundo y un tercero con quienes podamos tener problemas”. Este riesgo también se corre con los hijos biológicos.
De los hijos biológicos no escogemos si van a ser inteligentes, bellos o sanos: uno los recibe como vienen. Pues algo así debería suceder con los padres que reciben a los niños adoptivos. A veces pensamos o decimos: “Quiero a éste por­que es muy inteligente”. O buscamos ciertas ca­racterísticas físicas en los niños. Pero pienso que eso no es adecuado, porque es denigrante el que yo pueda escoger a uno cuando hay otros 10 más. ¿A mí qué me da el poder de decir “Tú sí y los demás no”? Más bien hay que esperar a que las personas responsables de la institución tomen esa decisión.
13. Ustedes decidieron adoptar superando mu­chos miedos y no dejándose vencer por ellos. No ven la adopción como un problema, sino como una oportunidad que ustedes han tenido para vivir más plenamente su paternidad y sus hijos su infancia.
El tema de la adopción no es un tema de dar miedo o temor. Es una circunstancia que nos tocó vivir, por suerte. Es un privilegio. Es en­contrar lo regular en medio de lo que no pare­cía ser regular o normal. Me opongo totalmente a encontrar un problema en esto de la adopción. Es más una compañía muy cercana hacia los ni­ños, porque sí parten de una herida muy pro­funda: el sentirse abandonados. Pero, ya como papás, tenemos la responsabilidad de buscar dar­les todas las garantías para salir adelante. Esa mala circunstancia que los niños hayan podido vivir en su situación primera será después para ellos parte de su fuerza interior.
En una ocasión una hija mía estaba plati­cando con otras niñitas. Hablaban de una mamá que se había muerto. Una de las niñas comen­taba que la hija de la señora, la pequeñita, no iba a poder vivir. Graciela, mi hija, contestó: “No, no creo. Yo soy hija adoptiva y yo sí viví”. Eso se me hace de mucha validez. La mamá murió, pero eso no significa que la niña fuera a morir también. Ella está con vida, aunque su mamá esté muerta. Graciela reconoce como un valor agregado el hecho de que esté viva. A pesar de ciertas circunstancias, mantenerse en vida es un don recibido. Y al decirlo, se reconoce como tal y lo dicen para confirmarlo.
El tema de la adopción no lo tocamos con ellos con frecuencia. Si lo haces así, significa que lo estás poniendo en duda, lo estás reviviendo y estás marcando límites con tus hijos. No es algo que se esté manejando todo el día y todos los días. Esto lo hacemos cuando no nos sentimos seguros, y cuando les estoy reafirmando cons­tantemente que son adoptados, estoy mante­niendo una línea de separación con ellos.
En este sentido, es esencial asumir la inferti­lidad que tenemos los padres, asumir desde lo más profundo que somos infértiles, darnos cuen­ta de nuestra incapacidad biológica. Y este pro­ceso lleva tiempo. Porque inicialmente todo matrimonio empieza con una serie de estudios, análisis, pruebas para buscar al hijo natural. Y ahí se va topando uno con distintos médicos, que van encaminando a la pareja por caminos a ve­ces muy difíciles, a veces tomados sin mucha prudencia y más encaminados por el desarrollo de la ciencia.
Lo más importante en ese camino es darnos cuenta de nuestra incapacidad para procrear. En mi caso, en cada aborto mi salud se iba deterio­rando e iba corriendo cada vez más riesgos. Someterme a tratamientos terribles desgastaba mi vida e iba a tener menos vida que ofrecer a alguien que estaba esperando recibir mi compa­ñía y mi amor.
14. En relación a los miedos. A veces son fantas­mas. ¿Cuáles son los principales miedos que tiene la gente cuando quiere adoptar un hijo? ¿Qué respuesta tuvieron ustedes a cada uno?
Tal vez cómo presentar al niño que de repente llega a una familia, y que los demás no vieron. Para mí no ha sido tanto problema porque a no­sotros no nos ha interesado lo que piensen los demás. Las explicaciones interesan sólo a los más cercanos a uno; a los demás realmente no les in­teresa. Esa misma confianza con la que uno in­tegra al hijo en la propia familia es la misma confianza y seguridad que uno transparenta a los demás.
¿Para qué estar preocupado de que los demás nos estén viendo con cierta suspicacia o pre­guntas? Los demás no se interesan tanto por uno, desafortunadamente. Otros padres tienen miedo de cómo va a estar la salud del niño. Si los niños se reciben más grandecitos, eso es una tranquilidad. Nosotros los recibimos sabiendo realmente que no tenían ningún problema físi­co, que funcionaban intelectualmente muy bien, que caminaban como todos los demás niños, reían, veían, escuchaban. Sin embargo, si tuvie­ran problemas de salud, pues eso cualquier hijo los puede tener, como yo puedo presentar una enfermedad después de algunos años. Si pre­senta problemas de salud, se atiende y se acoge con cariño, y se le va cuidando paulatinamente. Se va trabajando sobre las circunstancias que se presenten.
Otro miedo que brota es: ¿qué vamos a decir cuando los niños pregunten si son adoptivos? Pues eso es más cuestión de querer vivir en la verdad. Si tenemos esta actitud, cuando los ni­ños pregunten, no será tormentoso para la pa­reja en la medida en que asuman, que tengan bien cimentado su proceso de infertilidad.
Entonces, con la verdad más plena se puede contestar a los hijos. Esa pregunta sacude y des­concierta a muchos padres precisamente porque revive una herida que no ha sanado. En la me­dida en que esté bien cicatrizada, pues ya lo compartes como una verdad más plena.
¿Cómo hemos manejado nosotros esto? Les explicamos que sucedió una coincidencia muy grata: nosotros no tenemos hijos, y una niñita no tiene papás, por circunstancias de la vida. Entonces se da la unión. Nosotros, gracias a ti, somos papás. Y yo, como mamá, puedo hacerte muchas cosas: la comida, acompañarte a hacer la tarea, comprar un helado, etc. Tu papá te corre­tea, juega contigo, patina, sale a trabajar. Y todas las muchas cosas que hacemos para ti y contigo son porque te amamos y te cuidamos. Tú, por tu parte, como nuestra hija, recibes nuestro cui­dado y amor. Además, haces tantas cosas diverti­das como patinar, ir a la escuela, nadar, colum­piarte, comer spaghetti. En fin, haces mucho de lo que te gusta. Y nosotros también disfrutamos recibir de tu amor. Esto es un ejemplo de lo que se le puede decir al niño de lo que significa la reciprocidad en el amor. El amor es de ida y vuelta. Unos dependemos de otros para hacer lo que hacemos y sentimos y para construir la fa­milia.
Algo que hemos descubierto en esta expe­riencia de ser padres adoptivos es que el amor se va expandiendo. Con el tiempo fui descubrien­do mi capacidad de ternura, de amor maternal, que se va ampliando cada vez más. Por ello sur­gió un hijo más, y otro. Porque se va multipli­cando esa capacidad de dar amor. Se va convir­tiendo en algo así como una “adicción”, tanto el dar como el recibir amor. Si el niño crece y se desarrolla en un ambiente positivo, no puede encontrar dudas, porque constantemente y de muchas maneras se le dice y demuestra que es un bien amado. No se le está recordando cons­tantemente que es adoptivo. Se habla del tema cuando naturalmente se presenta la pregunta, y creemos necesario acentuar el valor de ser adop­tivo. La adopción no es una sombra que nos si­gue, que nos asusta o nos paraliza.
15. ¿Qué tipo de preguntas te han hecho tus hijos?
Los niños hacen preguntas de todo tipo, y van cambiando según la edad que van teniendo, Uno de ellos me preguntó un día: “Mamá, ¿nací de tu panza?”. A veces, por muy preparado que estés, hacen preguntas a las que no sabes respon­der tan fácilmente ni inmediatamente. Después las trabajas y las comentas con el niño. “No na­ciste de mi panza. Naciste de otra mamá, que te amó muchísimo porque te dio la vida”. Luego preguntan: “¿Dónde estuve antes de llegar aquí a la casa? ¿En un albergue? ¿En una casa hogar? ¿En un orfelinato?” Les hemos respondido con la verdad: “Estuviste en un lugar donde te cui­daron hasta que te conocimos”.
Cuando son muy pequeñitos (cuatro o cinco años), les gusta oír una historia que hace refe­rencia a una niña que fue escogida por una mamá que llegó un día y la seleccionó en medio de muchos niños. Eso les gusta: escuchar que fueron escogidos. Pero cuando tiene siete u ocho años, las preguntas se vuelven más profun­das. Uno de ellos me preguntó: “Y si a un niño escogido no le gustan los papás que lo escogie­ron, ¿qué pasa?” Esa pregunta me hizo reflexio­nar en ese momento. Y le respondí: “Dios obra a través de las personas. Y en ese lugar, donde tú estabas, está una persona que se encarga de en­contrar a los mejores papás para cada niño. Luego pregunta a los papás si quieren conocer a una niñita que tiene unos ojos grandes, pelo ne­gro, con cabellos rizados, etc. Nosotros, movidos por un auténtico amor, dijimos “Sí, sí la quere­mos”. Fue entonces que te conocimos, te abra­zamos y, aunque eras muy pequeñita te pregun­tamos si querías venir a vivir con nosotros. Tú respondiste que sí”.
Por tanto, nuestra sugerencia es que siempre hablemos con la verdad, tantas veces cuanto ellos pregunten y dando respuestas suficiente­mente breves y significativas. Hay que procurar contestar las preguntas sin rodeos o conflictos propios o psicológicos. De aquí que prepararnos como padres es la clave para responder a cual­quier pregunta. Esta preparación incluye el he­cho de querer ser mejor persona. Querer ser mejor papá o mamá pasa por el hecho de querer ser mejor persona cada día.
16. ¿Y dónde está esa escuela para padres?
Cada día descubriendo y ampliando el signifi­cado de ser padres. En nuestro propio estilo de ser padres, intentamos ser reflexivos antes que actuar con un impulso ante un llanto, un grito, una desobediencia. En nuestra educación, les damos espacios para que cada uno de ellos desarrolle sus propios talentos. A uno le gusta escalar, a otro le gusta la cocina; el otro está en un equipo, de natación, al otro le gusta el karate, tocan el, piano, etc. En fin, son niños normales.
Sin embargo, sabemos que darles lo que ne­cesitan no es sólo llevarlos de un lugar a otro, es darles la oportunidad de reinventarse en su propia casa. A1 final del día, culminamos con una oración, muy a su manera, para agradecer y de­cir lo que les gustó o no del día, lo que apren­dieron y les gustaría conocer.
Es muy importante hacerles saber que son amados y protegidos. Intentamos estar con los sentidos alerta, para reconocer la necesidad par­ticular de cada uno. Y eso no es precisamente porque yo sea mamá adoptiva y ellos hijos adop­tivos: simplemente es el trabajo común y co­rriente de una mamá. Y ellos, ¿qué podrían decir de sí mismos? Pues que son felices. Eso creo yo.
José Sánchez Zariñana, Doctor en Teología por el Centro Sevres Facultades Jesuitas de París, Francia. Catedrático de Antropología Filosófica en ITESO y de Eclesiología en el Centro de Estudios Teológicos. Miembro del Centro Ignaciano de Espiritualidad y del Consejo Editorial de la revista Mirada.
Fuente: http://www.ciemexico.mx

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