viernes, 18 de octubre de 2013

La familia adoptiva: influencia de los duelos en la formación de vínculos


familias
La adopción es un procedimiento muy complejo, no sólo debido a los trámites legislativos y administrativos que conlleva, sino también por los complejos procesos psicológicos que se encuentran presentes en ella, tanto en los futuros padres adoptivos como en el niño adoptado. La adopción, desde una perspectiva psicológica, es fundamentalmente un proceso de separación y revinculación a unas nuevas figuras de apego.
Dependerá de la capacidad del niño de superar la experiencia de la separación y vincularse a unos nuevos padres y de la capacidad de los padres de vincularse a un niño. El éxito del proceso de adaptación viene en gran parte determinado por la capacidad de los padres y el niño para superar los distintos duelos a los que se enfrentan.

La finalidad de toda adopción es convertir en hijo a un menor no nacido en el seno de la familia, con lo que se va a poner en marcha un proceso de filiación; la parentalidad adoptiva se basa en el deseo y la vinculación afectiva:

1. El vínculo siempre incluye a tres: los padres, el hijo y “los otros”, los que le procrearon. Este hecho va a marcar la diferencia de la familia adoptiva respecto la biológica. El cómo los padres vivan a los “otros” va a condicionar la relación con el hijo y el vínculo.

2. Es necesario que se puedan llevar a cabo los sentimientos de reconocimiento mutuo, identificación y pertenencia. El reconocimiento del niño como hijo, a fuerza de identificarse con él, puede a su vez propiciar que éste les conozca y reconozca como padres. Proceso en el que simultáneamente éstos reconocen a sus propios padres cuidándoles y al hijo que fueron, creándose una corriente generacional que fortalece el sentido de pertenencia del adoptado a la familia, fortalece el sentimiento de “es mi hijo”. Si estos procesos de reconocimiento e identificación no funcionan van a ir sintiendo al niño como a un extraño en casa. 
En este contexto son los adultos los que deben disponer de todas sus capacidades emocionales para ejercer sus funciones como padres. La calidad del vínculo va a depender en gran parte de ellos, los adultos. Y de ello va a depender, también, el sentimiento de identidad del hijo. Por ello vamos a centrarnos básicamente en las condiciones emocionales de los padres, en la cualidad del deseo y motivación, ambos vinculados a la mayor o menor elaboración de duelos, que a menudo subyacen a la decisión de adoptar, y sus consecuencias en la relación con el hijo. Antes, mencionaremos la realidad del niño en adopción y sus propios duelos, ya que ese es el menor que van a adoptar.

1Duelos que subyacen en la fomación y el funcionamiento de la familia adoptiva
La familia adoptiva se crea a partir de dos necesidades, la de un niño y la de unos padres, que surgen después de haber pasado por situaciones dolorosas que han implicado unos duelos, tanto en el niño como en los padres.

1.1 El niño.
Cuando llega a la familia, como dice Giberti (1994), el niño ha tenido experiencias y vivencias anteriores que forman parte de sí mismo, de su incipiente identidad y que están relacionadas con el abandono sufrido por sus progenitores y con las carencias afectivas que comportan la vida en un orfanato.

1.1.1 El abandono:
Para que un niño sea dado en adopción, es necesario que sus padres biológicos hayan renunciado a él. De ahí que todo niño adoptado lleve implícita una condición de abandono. Los niños sufren experiencia de pérdida, aunque los padres biológicos hayan entregado a los niños en contra de su voluntad. Ha sufrido de forma real el rechazo de los que le engendraron y ha perdido los primeros puntos de referencia que le empezaban a orientar y sentirse seguro, olores, sensaciones, tactos, que hacen de puente entre su psiquismo fetal y los primeros momentos de vida extrauterina. Los problemas surgen, inicialmente, por las dificultades del adoptado para resolver la pérdida de objeto o, dicho de otro modo, para resolver el trauma y el duelo asociado al abandono. A menudo no fue un niño deseado y eso también deja secuelas en la formación de su identidad.
 
1.1.2 Las carencias de la vida previa:
Por otro lado el niño lleva los duelos por las carencias sufridas en su vida de orfanato. Si un niño recibe respuestas incoherentes, de rechazo a su demanda y carentes de empatía, y repetidamente percibe que no despierta ilusión, recurre entonces a mecanismos de defensa que le van a empobrecer. Puede moldear un falso “yo” a partir del cual trata con el mundo exterior de forma vigilante y negociadora, a la espera de un entorno más apropiado donde pueda germinar lo suyo más genuino.
La adopción es su nueva oportunidad, su nuevo entorno más apropiado, en el que poder establecer vínculos estables que le permitan confiar en él mismo y en el mundo que le rodea, y estructurar así su auténtico yo. Los padres pueden ayudar al desarrollo emocional del hijo adoptado y promover el desarrollo del apego, reelaborando las experiencias de pérdida anteriores. Hay que preparar a los padres adoptivos para evitar que las posibles consecuencias de las carencias que haya sufrido el menor interfieran gravemente en el proceso adoptivo.

1.2 Los padres adoptivos

1.2.1. La infertilidad:
La gran mayoría de personas que solicitan una adopción lo hacen después de haber pasado por períodos de tiempo más o menos largos en los que se ha visto frustrado su deseo de ser padres por la vía biológica. Sufren una infertilidad a veces de origen desconocido y otras una esterilidad diagnosticada. 
Los sentimientos que se ponen en marcha son complejos y su elaboración dependerá del equilibrio interno de la pareja, de la salud mental de cada miembro y de la interiorización de la relación habida con sus propios padres.
Distintos duelos se ponen en marcha (Mirabent y Ricart, 2005):
• Duelo por la pérdida corporal de la capacidad reproductiva.
• Duelo del miembro estéril, con los sentimientos de culpa y desvalorización. Sentimiento de deuda con el otro miembro.
• Duelo del miembro fértil, que debe afrontar la ambivalencia entre el amor a su pareja y la frustración de no poder tener hijos.
• Duelo por los hijos no nacidos, los hijos imaginarios, fantaseados, producto de las fantasías inconscientes creadas desde la infancia y las fantasías conscientes hechas con la pareja. Es la renuncia a un hijo que proviene también de aquella persona que se quiere, un hijo que viene del otro.
Si la pareja puede darse tiempo y espacio para afrontar sus sentimientos, podrá entonces tener “espacio mental” para entender que la maternidad y la paternidad es una función diferente a la reproducción. Podrá vivir que su cuerpo puede no ser fértil pero su mente sí puede serlo y puede encaminar su vida hacia aspectos creativos distintos, o la parentalidad adoptiva.
Podrá entonces aceptar tener un hijo diferente al biológico y con unas necesidades también diferentes y más complejas.
Pero si este proceso no se da, se pueden dar entonces reacciones como:
• El miembro estéril puede necesitar dar un hijo a su pareja, de la forma que sea, precipitadamente, sin tomar conciencia de la realidad de la adopción ni plantearse si la desean asumir. Es el hijo a toda costa para calmar la culpa, negar el duelo y calmar la herida sufrida.
• Ambos miembros no pueden pararse a elaborar y reaccionan de forma maníaca y negadora a la situación dolorosa que no pueden aguantar y buscan la “salida rápida”. Los mismos médicos a veces la estimulan “siempre podéis adoptar” intentando ayudar al paciente, sin percibir las diferencias de la adopción. Dichas defensas maníacas van dirigidas a una afirmación de la normalización y de los derechos únicamente de los padres.
Pero también acuden a solicitar una adopción otras personas que tienen otro tipo de duelos pendientes.

1.2.2. La pérdida no elaborada de hijos biológicos:
Se pone en marcha la necesidad de llenar rápidamente el vacío y de negar y alejar el sufrimiento depresivo. No se puede sentir la tristeza y el dolor y hay que buscar una salida hacia delante. El riesgo está en que se le pida al hijo adoptado que ocupe el lugar del otro y que sea la “alegría” de la casa para que los padres no sientan la pérdida. En estos casos es muy difícil que el hijo adoptado pueda reconocer su propia identidad y pueda desarrollarse siendo él mismo. Se auguran los conflictos, enfrentamientos, rabia proyectada en ese hijo que no es lo que debería ser. El niño recibe dos mensajes distintos, el verbal y el analógico-gestual, que se contradicen. Así el hijo o se rebela con lo que los consecuentes problemas en la relación familiar o el hijo se somete, haciéndose sumiso, estructurándose de forma poco diferenciada. Lo que conlleva el detrimento de su verdadera identidad.

1.2.3. Edad – sentimiento de nido vacío:
Parejas que han tenido hijos biológicos, que se han empezado a independizar y que van dejando el hogar para hacer su propia vida.
Ésta es una etapa difícil en la vida de los padres, su rol cambia profundamente, la pareja se reencuentra, vuelve a estar sola, pero ahora con una edad avanzada. Con cierta frecuencia, además, en nuestra cultura eso coincide con la menopausia (Tizón, 2004). Su futuro les encara a la vejez, a las pérdidas corporales, laborales, sociales…etc. Si esta realidad no se puede soportar, si no se pueden encontrar las ganancias de la nueva etapa, existe el riesgo de solicitar la adopción como una forma de negarla, de seguir sintiendo la juventud. Para el menor el riesgo es tener unos padres abuelos, que no tienen suficiente energía para criar y educar. Es el hijo “en función de”, el hijo con una utilidad.

1.2.4. Personas solas:
Personas solas, más frecuentemente mujeres, que a partir de cierto momento de su vida toman conciencia de su soledad. Han pospuesto en el tiempo su deseo de maternidad y a partir de cierta edad se plantean el ser madres sin una pareja estable. En algunos casos, buscan el hijo como una forma de tener compañía y alguien que les cuide en su vejez. Su proyecto adoptivo está muy lejos de la realidad y podría tener serias consecuencias en la educación y crianza del niño-a. Es de nuevo el “hijo para…”. Aunque algunas investigaciones obtienen resultados más positivos, nuestra experiencia clínica nos hace ser más prudentes en estas situaciones.
A continuación, presentamos una viñeta que ilustra el duelo por el paso de los años en una persona sola.

Señora Marta
La señora Marta es una mujer de 58 años, que tiene un aspecto juvenil y que goza de buena situación económica. Nunca ha tenido una pareja estable, vive sola desde que sus padres murieron hace 7 años. Su vida se ha centrado en impulsar los negocios familiares, lo que ha conseguido con gran acierto, y que le han proporcionado grandes ingresos y una economía asegurada.
Explica que desea adoptar porque “Me siento sola…toda la vida trabajando para hacer crecer los negocios, para la familia, mis padres…y ahora que no están ¿qué?…me doy cuenta que he olvidado cosas…casi me siento utilizada ya que no me he dedicado a mí misma… ¿para qué quiero tantas riquezas?… ¿qué hago con la casa tan grande y tan vacía? ….Deseo adoptar una niña, le daría lo que quisiera, yo puedo asegurarle su futuro…"

Los sentimientos que surgen de los duelos no elaborados se pueden mantener lejos de la conciencia, en el inconsciente, con lo que constituyen un riesgo cuando ya se ha formalizado la adopción. Se pueden convertir en armas arrojadizas hacia el otro miembro de la pareja o hacia el niño, que interfieren en la relación mutua. Estas motivaciones otorgan un rol al niño, que debe cumplir, a riesgo de provocar sino auténticos conflictos que pueden llegar a la ruptura familiar. En ellas no hay un reconocimiento de lo específico de la adopción y por tanto no se reconocen las necesidades propias del hijo adoptado. Entonces éste, con sus necesidades, fácilmente decepciona las expectativas y los padres no le pueden reconocer como hijo. Lo que está en riesgo es la vinculación, la formación de la identidad del niño y el mantenimiento de la familia como tal.
En la adopción no existe un “fin” de ninguna historia. Como todo proceso de filiación la historia está siendo escrita en cada instante.
El trabajo de los padres adoptivos va a implicar contener los miedos, ayudar a metabolizar las fantasías de los hijos en su saberse adoptado. Ellos serán el sostén emocional porque la complejidad de los sentimientos del hijo no se agota con “la verdad” de su origen, sino que ésta despierta múltiples sentimientos y fantasías que requieren elaboración. Sólo si los padres realizan esta función de contención el niño logrará sobrevivir a la intensidad de lo vivenciado. El sostén de los padres será imprescindible para acompañar a su hijo en sus duelos a lo largo de las diferentes etapas de su vida. Por ello es necesario que estén lo suficientemente libres de los suyos propios. El estado psíquico de los futuros padres condiciona enormemente la cualidad de las expectativas hacia el hijo, su flexibilidad o rigidez, va a expresarse día a día en la crianza. Solo cuando el duelo está elaborado se forja un verdadero deseo de paternidad.
 
2. Consecuencias del èxito o fracaso de la elaboración de los duelos en la calidad del vínculo afectivo

Hasta ahora hemos planteado cómo los duelos influyen en la motivación de las parejas para adoptar. Vamos a analizar cómo influyen en la calidad del vínculo afectivo entre padres-hijo, tanto antes de la adopción como después de la llegada del niño, en las distintas vertientes de la relación.

2.1. Pre-adopción. Formación del vínculo: la anidación.

La filiación es un proceso simbólico, que se produce en la mente de padres e hijos, y que se da tanto en uno biológico como adoptado.
Será la presencia o ausencia de esta investidura simbólica en los padres adoptivos la que marcará la presencia o ausencia de filiación. Es un proceso vinculado al deseo y a medida que éste se va configurando, crea un espacio mental, un nido que se va construyendo en la mente de los futuros padres. Cuando una persona o personas han tomado la decisión de adoptar un niño, han iniciado desde hace un tiempo un proceso emocional interno que va preparando el terreno psíquico para acogerlo. La filiación adoptiva empieza en la mente de los padres mucho antes de encontrarse con el niño y se van creando expectativas conscientes e inconscientes hacia este hijo, un hijo imaginario, hacia ellos como padres y hacia la familia que formarán.
La cualidad de este nido mental está muy condicionada por la cualidad de las expectativas, de los ideales de los padres, que permitirán o no aceptar al hijo adoptivo con toda su realidad, que nunca será exactamente ajustada a la fantaseada, al igual que ocurre con un hijo biológico. De manera general, si las ideas previas y las expectativas de los padres son demasiado elevadas, con alto grado de elaboración y poco realistas pueden afectar de forma más negativa que si son expectativas más generales y poco rígidas. Si los padres se sienten demasiado decepcionados con el hijo real y no pueden tolerar la distancia entre el que habían imaginado y el que tienen, no podrán iniciar un proceso de parentalidad suficientemente sano, que permita el desarrollo y crecimiento del hijo, que acoja sus carencias y que les haga sentir verdaderamente padres de este hijo. Por ello es imprescindible que en la pre-adopción las expectativas sean ajustadas a la realidad y que el deseo del hijo no esté basado en el llenar los vacíos y frustraciones de los padres. Es básico que éstos hayan elaborado suficientemente sus duelos y se hayan conciliado con su realidad.


Trabajo de investigación de: V. Mirabent, I. Aramburu, M. Davins Y  C. Pérez Testor 
En Revue Internationale de Psychanalyse du Couple et de la Familla, nº 5,  2009/1; Monográfico “Adopciones y filiaciones”

Fuente: http://adoptaragon.blogspot.com.es/

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